jueves, 21 de enero de 2010

LA INTRUSA


Ella tiene la culpa señor juez. Hasta entonces, hasta el día que llego, nadie se quejo de mi conducta. Puedo decirlo con la frente bien alta. Yo era el primero en llegar a la oficina y el ultimo en irme.Mi escritorio era el más limpio de todos. Jamás me olvide de cubrir la máquina de calcular, por ejemplo, o de planchar con mis propias manos el papel carbónico. El año pasado, sin ir más lejos recibí una medalla del mismo gerente. En cuanto a esa, me pareció sospechosa desde el primer momento. Vino con tantas ínfulas a la oficina. Además, ¡qué exageración! Recibirla con un discurso, como si fuera una princesa. Yo seguí trabajando como si nada pasara. Los otros se deshacían en elogios. Alguno deslumbrado se atrevía a rozarla con la mano. ¿Cree usted que yo me inmute por eso señor juez? No. Tengo mis principios y no los voy a cambiar de un día para el otro. Pero hay cosas que colman la medida. La intrusa, poco a poco me fue invadiendo, Comencé a perder el apetito. Mi mujer me compró un tónico, pero sin resultados! Si hasta se me caía el pelo, señor y soñaba con ella! Todo lo soporte, todo, menos ayer. “González _ me dijo el gerente_ lamento decirle que la empresa ha decidido prescindir de sus servicios”. Veinte años señor juez. veinte años tirados a la basura. Supe que ella fue con la alcahuetería. Y yo, que nunca dije una mala palabra, la insulte. Si, confieso que la insulte, señor juez, y que le pegue, con todas mis fuerzas. Fui yo quien le dio con un fierro. Le gritaba y estaba como loco. Ella tuvo la culpa. Arruinó mi carrera, la vida de un hombre honrado, señor. Me perdí por una extranjera, por una miserable computadora, por un pedazo de lata como quien dice.


Pedro Orgambide, La Buena Gente,

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