El sur nos reconoce en la impronta que nos deja.
Cada huella nuestra en el suelo,
es también algo del suelo en nosotros.
Las sombras congeladas,
el vapor de las respiraciones invernales,
el silbido de la jarilla
en el polvo finísimo del viento.
La caminata descalza
sobre las piedras calientes
de la orilla del canal en la siesta del verano,
y las guaridas vacías sin piso ni techo
de los golondrinas cuando termina la cosecha,
determinan las marcas de origen
que llevamos anestesiadas
Hasta que el narrador las despierta.
Quien cuenta una historia descubre, redescubre,
las cicatrices mutuas de la relación entre los hombres y las cosas.
El narrador hace atajos,
facilita el encuentro,
Corta alambrados.
La barda tiene la memoria de las cosas inertes
que el sur estampa sobre nuestros cueros como un tatuaje:
eclipses,
la luna en el canal vacío,
chacra florecida,
la adivinación de las estrellas fugaces,
... y vos, Negra, siempre vos.